Voy con mi
mamá caminando por el centro, cuando sorpresivamente en una vitrina veo la cosa
más linda del mundo, algo que todo hombre desea tener.
Aquella rubia
de pechos grandes que intenta poner la katana en su posición. Me quedó mirando
estupidizado. Incluso babeo un poco la ventana. La rubia me mira como diciendo
“pervertido” y yo le aclaro que lo que miro es la katana.
Mi mamá me
grita unos pasos adelante “Guillermito, apúrate o te vas a perder entre tanta
gente”, yo miro el precio de la katana, me meto las manos al bolsillo y veo que
me alcanza para el papel que lleva colgado. Tengo tres monedas, un tazo de
pokemon (mi charmander de la suerte) y dos restos de papá frita que van a parar
a mi boca ante la mirada desconcertada de la rubia.
Corro hacia
mi mamá.
—Mamita,
mamita.
—No tengo
plata.
—No mamá, no
es eso ¿me compras una katana?
—¿Qué es eso?
—preguntó—
—Es una
espada samurái, la más perfecta del mundo. Es la espada con más honor y más…
—¿Pero para
que quieres una cuestión de esas?
Era típico de
mi mamá, yo le pedía algo y ella me decía que no. “¿Para qué quieres una
katana?” Repetí en mi mente haciendo mueca de su acento. ¿Para qué no querer
una katana? sirve para todo en la casa: ¿Necesitas abrir una lata de pescado? ¿necesitas
cortar embutidos? ¿te quieres cortar las uñas? ¿tienes que podar los arbustos?
¿tienes un vecino molesto que reclama acerca de cortar los arbustos con katana?
Bueno, pues para todo eso lo que necesitas es una katana, que tienen más usos
que una cochina navaja rusa (sí, rusa, las suizas pasaron de moda hace
mucho).
Ante la
evidente negativa de mi madre y su obsesión para guardar el dinero para “cosas
importantes” como pagar la luz y todas estas tonterías. Decidí hacer lo que
mejor sabia. Me planté en medio del paseo peatonal y con toda mi fuerza comencé
a llorar.
Hice el
berrinche de mi vida mientras mi mamá, sin abrir la boca decía “párate, en este
mismo instante”, sus palabras de dientes apretados no me dieron miedo. Entonces
recordé porqué en la jerarquía familiar, mamá es quien manda.
—Ponte de pie
de una vez y deja de hacer berrinches —dijo levantándome de la oreja izquierda—
es increíble que siempre que salimos hagas lo mismo.
—Perdón
mamita, nunca más, nunca más.
—Tienes casi
treinta años y siempre es lo mismo contigo.
—Ya mamita,
pero suéltame la oreja que me duele.
—Mañana mismo
consigues trabajo.
—No mamita,
si me voy a portar bien, hasta voy a colgar la ropa y hacer la cama.
Pasamos
frente a la vitrina que ahora solo contenía la katana. La rubia miró desde
dentro de la tienda. De seguro estaba analizando a su futura suegra…
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