miércoles, 6 de julio de 2016

Relato - Mi futuro



Ayer recaí en mi antiguo vicio del chocolate blanco, digo, no es que no pueda controlarlo, tal vez mañana lo deje, pero no creo que me dé la gana. La cosa es que con la jeringa en el brazo, comencé a pensar a cerca de mi vida, ¿Cómo acabarían mis días en este alocado mundo? Imagínate, no, no lo digo así (porque creo ser el único que lee este blog, así que de aquí en adelante le escribiré al memo del futuro) Imagina, memo del futuro, imagina por un segundo que llegaste a ser viejo, imagina que eres de esos viejos que pasean con su carro de supermercado a todos lados, de esos que prácticamente viven del carro. Podrías recoger cartón, pero creo que te vendría mejor mendigar un par de monedas, digo, con todos los golpes que la vida te dará, al menos tengas un miserable cuerpo que inspire a un par de transeúntes a otorgarte el privilegio de ser el ganador de la moneda que les sobró al comprar en el starbuck.
Lo peor es que por tu estúpida abstinencia, a la que creo que seguirás sometido, no iras a comprar una hermosa caja o bolsa de vino, sino que siguiendo tu estilo de vida esnop y arribista, comprarás una bolsa de café Juan Valdez de grano entero. Una vez que el guardia de mall te diga que debes salir y te pongas a evaluar mentalmente si es mejor hacer un escándalo y fingir un infarto y abuso de autoridad para que te permitan llevarte todos los cartones del estacionamiento, o ir tranquilamente hasta la salida, y ante la vista del guardia, quien espera pacientemente a que te vayas, comenzar a revisar que todos tus cachureos estén dentro del carro.
Arrastrarás el carro bajo la lluvia, el sol o la nieve. No lo necesitas para nada, dentro solo tienes unas cajas de cartón, la cabeza de un MaxSteel, un tarro de atún vacío, veintidós tazós pokemón, y una foto de la familia que abandonaste. Claro, toda tu ropa la llevas puesta, unos pantalones de tela, una camisa polo, un zapato café y uno negro, un sombrero que en algún momento tuvo hebilla, pero se la quitaste para que se viera más ad hoc, y un elegante Montgomery con manchas de pizza, de vino, de sangre, de tinta, de barro y de otras sustancias de muy dudosa procedencia, aunque lo peor de todo es que solo las manchas de tintas serán tuyas.
Afortunadamente la vida en las calles es un trabajo en equipo, así que tu compañero de cartón, ha conseguido traer dos ricos croissant y el perro, a quien llamaste Evaristo, ha conseguido traer un pedazo de pan y un hueso de pollo. No es que pienses en quitarle la comida al perro, pero si te alegra no tener que preocuparte por cocinarle algo para que él coma.
Espero que tu compañero de cartón tenga apellido Vergara, porque así le preguntarás día tras día si se le achica el apellido con el frio, a lo que el responderá enojándose o dejando de hablarte por un par de días, hasta que se dé cuenta que está realmente solo en el mundo y que necesita hablar contigo. Lo mismo que pensarás tú, probablemente.
Bueno, el vagabundo de apellido Vergara y tú, abrirán la bolsa donde está el café y lo contemplaran como si fuera un lingote de oro recién fundido. Tu amigo vagabundo te dará una palmadita en la espalda y comenzará a buscar cartones y palitos para encender el fuego.
Tú, por otra parte, comenzarás a buscar entre tu carro de supermercado el tarro de atún al que le pusiste un alambre para poder colgarlo de un fierrito sobre el fuego.
Ambos esperaran con ansias la ebullición del agua. Que hierba hasta el punto indicado. Molerás los granos de café con tu pañuelo, pañuelo que tiene muchas utilidades, pero ninguna es llevarlo hasta la nariz para que cumpla su trabajo, prefieres tener estalactitas antes que ensuciarlo. El pañuelo te recuerda que elegantemente tu padre usaba uno similar, tal vez no era de la misma tela ni del mismo color, pero usaba un pañuelo y con eso basta para que lo recuerdes. También lo usas sagradamente para moler tu café, y en los días en los que las cosas salen mal, en que no inspiras suficiente lastima, en que no consigues hacer que los de la tienda te permitan quedar debiendo míseros doscientos pesos, lo sacarás del bolsillo de tu Montgomery donde muchos años atrás portabas una chequera problemática, y olfatearás el exquisito olor de los granos molidos.
Recordarás los primeros cafés que bebiste con tu madre, quien lo mezclaba con Coca-Cola, y descaradamente hoy te dice que no bebas RedBull. Al día de hoy tu madre está viva, feliz y contenta, espero, de todo corazón, mi futuro yo, que en aquel momento aun esté viva, feliz y contenta. Todas las madres deberían ser eternas.
Una vez que el agua de tu tarro de atún alcance los noventa grados, verterás los granos molidos y esperarás lo suficiente como para comenzar a filtrar artesanalmente. Servirás el café para Vergara y para ti, claro, le guardarás un poco a Evaristo, pero necesitas que se enfrié un poco aunque él esté impaciente.
Tomarás tu improvisada taza con ambas manos albergando las palmas del intenso frio, y la acercarás a tu nariz para olfatear el sabor de tu vida pasada. Probablemente entre inhalación e inhalación recuerdes como te inspiraste aquel día que narraste tus desgracias futuras. Hoy.
Te llevarás la taza a la boca esperando no cortarte un labio con la lata afilada que dejaste en el borde. Sigues siendo flojo.
Tal vez en aquel momento alcanzarás la gloria, y te sientas bien por un par de tazas. Tal vez te indignes al ver que Vergara le está poniendo aguardiente a su taza, pero te reirás cuando caiga borracho bajo su cartón y Evaristo comience a lamerle la cara.
Aquel día también puedes sentirte miserable, no entraste al Forever27, al contrario, todo lo contrario, llegaste a ser viejo, aburrido y sin dejar de ser un esnop. Ya no serás popular, porque ser viejo es fácil, cualquier puede hacerlo, pero ser popular…
Y lo peor, en tu mente aún se hilan historias desde las más estúpidas a las más fantásticas. Historias que no puedes plasmar en ninguna parte porque no tienes un computador para vagabundos, y como evidencia tu Montgomery, has reventado tu pluma.

Cuando desperté de mi viaje chocolatoso me puse a pensar en mi vida inmediata, fui hasta la cafetera y me serví una pequeña taza de expreso. Evalué la posibilidad de entrar al Forever27, digo, aún estoy a tiempo, y creo que debería ponerme al día con las drogas duras, porque no creo que me dejen entrar si termino muriendo de diabetes.


No hay comentarios:

Publicar un comentario