Relato dedicado a la triste
realidad del cuerpo de bomberos de Chile.
Mi trabajo.
Despierto a
medio día, la noche anterior fue algo ajetreada, aun me duele un poco la cabeza
y siento que vomitaré en cualquier momento. Aunque eso no es excusa para faltar
al trabajo, de hecho, hoy será un buen día, es un fin de semana largo y tenemos
buenos lugares para comenzar.
Mi esposa ha
ido a cumplir su turno al hospital. Mi papá cuidará de hijo mientras mi hijo
cuida de mi papá. Espero que todo salga bien mientras no esté en casa. Al salir
les beso la frente a ambos mientras mi papá le grita al televisor que quiere
comer pollo asado y mi hijo lee atentamente su cuaderno de matemática. Muchas
veces no duermo pensando en que haré cuando él tenga que ir a la universidad.
No quiero
que me llamen para decirme que estoy atrasado, pero tampoco quiero dejarlos
solos: uno es demasiado frágil y el otro es demasiado joven; solo cierro la
puerta sin mirar atrás.
Al llegar me
cambio de ropa, tomo mi vaso y a mendigar. Mis compañeros y yo somos
básicamente mendigos profesionales, cada fin de semana nos paramos en un peaje
y pedimos dinero de manera indiscriminada. La gente nos quiere, siempre nos
coopera. Si lo ponemos en números, de cada diez, tres nos mira con odio; dos nos
dicen que trabajemos; uno nos saluda y nos hace el gesto de “ahora no tengo” o
“le di al anterior”; y cuatro nos dan algo de dinero.
Si me lo
preguntan, por el momento tengo un ingreso estable, he montado una pequeña
imprenta en casa; el negocio no es el mejor pero si da para poner comida en la
mesa. Solo hago esto porque es necesario. Realmente necesario.
Mi vida.
Cuando aún
no hemos terminado de mendigar, mis compañeros y yo recibimos un llamado de
emergencia. De inmediato subimos al carro bomba, pagamos el peaje y nos
dirigimos hasta una población nueva en la que nada más llegar nos apedrean. Y
eso que acá no hemos venido a mendigar.
El humo sale
desde debajo de la puerta. Presumimos lo peor. Es el departamento del primer
piso de un block de departamentos, si no controlamos todo rápidamente la
situación podría terminar mal.
Mi misión es
conectar las mangueras al grifo, grifo que se encuentra sin presión de agua
porque algún vecino pensó que sería una buena idea llenar su piscina armable
con él.
Escucho una
explosión y vuelvo raudo al carro.
Luego
verificar que solo podríamos usar el agua del carro bomba, veo a uno de mis
compañeros en el piso siendo asistido por el capitán. Mierda. La cosa es seria.
Mi pareja y yo nos ponemos el equipo de oxígeno y entramos.
El origen
del incendio viene directamente desde la cocina, ¿Algún día la gente aprenderá
cuantos aparatos electrónicos se pueden conectar a un enchufe? Estamos a tres
metros viendo como el fuego emana violento, cuando un segundo equipo entra con
la manguera del carro y comienza intentar controlar el fuego.
Sé que las
habitaciones ya han sido registradas, pero mi instinto puede más. Le hago la
señal a mi pareja y vamos hasta la habitación principal.
Miro hacia
todos lados y no hay nada, el ya amarillento acrílico de mi mascara de oxigeno
me permite ver poco. Debemos mendigar más para poder reemplazarlas. De pronto
mi pareja decide voltear la cama y veo que un niño yace tendido en el
piso.
Al salir del
departamento con el niño en brazos veo a una pareja joven siendo contenidos por
los vecinos, me dirijo en dirección opuesta a ellos. Con la claridad que
obtengo al quitarme la máscara veo el parecido del niño con mi hijo.
Pongo mi
mano en su frente y mi dedo en su mentón, acerco mi oído a su boca y compruebo
que he llegado tarde. Plan B: con mi índice y mi pulgar presiono su nariz,
y con mis labios cubro los suyos. Su delgada camiseta me permite ver que
efectivamente su pecho se eleva.
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3.
4.
5.
No hay
respuesta. Pongo mi dedo índice en su esternón y con mi otra mano presiono su
pecho hasta descomprimirlo. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13,
14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30. Nada. Tapo
su nariz, vuelvo a rodear sus labios y vuelvo a hacer las insuflaciones.
Veo mujeres
llorar, veo hombres maldecir, veo a mis compañeros corriendo de un lado a otro
intentando controlar el incendio.
1.
2.
Mis manos
vuelven a su pecho 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12… el niño comienza a
toser. Una mujer se cubre la cara con las manos y un hombre la abraza. El
capitán le pone la mascarilla de oxígeno y vuelvo con mis compañeros a terminar
de extinguir el fuego.
Ocho minutos
después llegan los paramédicos, que se llevan a uno de mis compañeros junto con
el niño. El paramédico me da las gracias.
La madre del
niño nos recrimina el tiempo que nos hemos demorado en llegar.
El padre del
niño dice que nos demandará por todo lo que destrozamos al apagar el incendio.
Debemos
salir escoltados por dos radio-patrullas a las que generosamente los vecinos
también apedrean.
Mi vida es
ser bombero, mi trabajo es ser mendigo, y mi pago es saber que hago lo
correcto.
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