domingo, 14 de febrero de 2016

Relato - Mi vida y mi trabajo.




Relato dedicado a la triste realidad del cuerpo de bomberos de Chile. 



Mi trabajo.

Despierto a medio día, la noche anterior fue algo ajetreada, aun me duele un poco la cabeza y siento que vomitaré en cualquier momento. Aunque eso no es excusa para faltar al trabajo, de hecho, hoy será un buen día, es un fin de semana largo y tenemos buenos lugares para comenzar. 
Mi esposa ha ido a cumplir su turno al hospital. Mi papá cuidará de hijo mientras mi hijo cuida de mi papá. Espero que todo salga bien mientras no esté en casa. Al salir les beso la frente a ambos mientras mi papá le grita al televisor que quiere comer pollo asado y mi hijo lee atentamente su cuaderno de matemática. Muchas veces no duermo pensando en que haré cuando él tenga que ir a la universidad. 
No quiero que me llamen para decirme que estoy atrasado, pero tampoco quiero dejarlos solos: uno es demasiado frágil y el otro es demasiado joven; solo cierro la puerta sin mirar atrás. 
Al llegar me cambio de ropa, tomo mi vaso y a mendigar. Mis compañeros y yo somos básicamente mendigos profesionales, cada fin de semana nos paramos en un peaje y pedimos dinero de manera indiscriminada. La gente nos quiere, siempre nos coopera. Si lo ponemos en números, de cada diez, tres nos mira con odio; dos nos dicen que trabajemos; uno nos saluda y nos hace el gesto de “ahora no tengo” o “le di al anterior”; y cuatro nos dan algo de dinero. 
Si me lo preguntan, por el momento tengo un ingreso estable, he montado una pequeña imprenta en casa; el negocio no es el mejor pero si da para poner comida en la mesa. Solo hago esto porque es necesario. Realmente necesario.


Mi vida.

Cuando aún no hemos terminado de mendigar, mis compañeros y yo recibimos un llamado de emergencia. De inmediato subimos al carro bomba, pagamos el peaje y nos dirigimos hasta una población nueva en la que nada más llegar nos apedrean. Y eso que acá no hemos venido a mendigar. 
El humo sale desde debajo de la puerta. Presumimos lo peor. Es el departamento del primer piso de un block de departamentos, si no controlamos todo rápidamente la situación podría terminar mal. 
Mi misión es conectar las mangueras al grifo, grifo que se encuentra sin presión de agua porque algún vecino pensó que sería una buena idea llenar su piscina armable con él. 
Escucho una explosión y vuelvo raudo al carro. 
Luego verificar que solo podríamos usar el agua del carro bomba, veo a uno de mis compañeros en el piso siendo asistido por el capitán. Mierda. La cosa es seria. Mi pareja y yo nos ponemos el equipo de oxígeno y entramos. 
El origen del incendio viene directamente desde la cocina, ¿Algún día la gente aprenderá cuantos aparatos electrónicos se pueden conectar a un enchufe? Estamos a tres metros viendo como el fuego emana violento, cuando un segundo equipo entra con la manguera del carro y comienza intentar controlar el fuego. 
Sé que las habitaciones ya han sido registradas, pero mi instinto puede más. Le hago la señal a mi pareja y vamos hasta la habitación principal. 
Miro hacia todos lados y no hay nada, el ya amarillento acrílico de mi mascara de oxigeno me permite ver poco. Debemos mendigar más para poder reemplazarlas. De pronto mi pareja decide voltear la cama y veo que un niño yace tendido en el piso. 
Al salir del departamento con el niño en brazos veo a una pareja joven siendo contenidos por los vecinos, me dirijo en dirección opuesta a ellos. Con la claridad que obtengo al quitarme la máscara veo el parecido del niño con mi hijo. 
Pongo mi mano en su frente y mi dedo en su mentón, acerco mi oído a su boca y compruebo que he llegado tarde. Plan B: con mi índice y mi pulgar presiono su nariz,  y con mis labios cubro los suyos. Su delgada camiseta me permite ver que efectivamente su pecho se eleva. 
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5. 
No hay respuesta. Pongo mi dedo índice en su esternón y con mi otra mano presiono su pecho hasta descomprimirlo.  1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30. Nada. Tapo su nariz, vuelvo a rodear sus labios y vuelvo a hacer las insuflaciones.
Veo mujeres llorar, veo hombres maldecir, veo a mis compañeros corriendo de un lado a otro intentando controlar el incendio. 
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Mis manos vuelven a su pecho 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12… el niño comienza a toser. Una mujer se cubre la cara con las manos y un hombre la abraza. El capitán le pone la mascarilla de oxígeno y vuelvo con mis compañeros a terminar de extinguir el fuego. 
Ocho minutos después llegan los paramédicos, que se llevan a uno de mis compañeros junto con el niño. El paramédico me da las gracias. 
La madre del niño nos recrimina el tiempo que nos hemos demorado en llegar. 
El padre del niño dice que nos demandará por todo lo que destrozamos al apagar el incendio.

Debemos salir escoltados por dos radio-patrullas a las que generosamente los vecinos también apedrean.

Mi vida es ser bombero, mi trabajo es ser mendigo, y mi pago es saber que hago lo correcto.

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